lunes, 22 de febrero de 2016

Orange is the New Black y el Sistema Penitenciario



Orange is the New Black es una serie creada por Jenji Kohan y producida por Netflix, basada en el libro de Piper Kerman, Orange is the New Black: My Year in a Women’s Prison. El libro es una recolección de las memorias de su autora durante el año que pasó en prisión, debido a un delito de tráfico de drogas que había cometido diez años atrás.

Y esta es la premisa con la que arranca esta serie. Piper Chapman (Taylor Schilling) es una chica acomodada de Connecticut con una vida bastante fácil. A punto de casarse con su novio, tiene una vida social y laboral altamente estable, pero los hechos del pasado vuelven para acabar con esa cómoda vida. El sistema judicial la requiere para ingresar en prisión por un delito que cometió hace diez años, cuando salía con una narcotraficante que trabaja para un cártel internacional que se dedica a mover heroína por todo el mundo. Piper terminó introduciendo heroína para ella en diversos países.
Taylor Schilling como Piper

Mi intención con esta crónica/crítica es que, en este período en el que la sociedad demanda unas leyes penales y penitenciarias más duras y

prueba de ello es la sonada última reforma del Código penal español, nos planteemos si esto es realmente necesario. Y estoy convencidísima de que la mejor forma es con esta serie (sí, de verdad). Obviamente hay muchas diferencias entre el sistema penitenciario español y el estadounidense y supongo que antes de leer esta entrada, ya tendrás formada una opinión acerca de todo esto. Si no es así, y todavía no has visto la serie, te animo a que la veas y reflexiones acerca del funcionamiento del sistema judicial.

¿Por qué digo todo esto? Estos últimos meses (además de incertidumbre política), hemos asistido a numerosos debates acerca de la necesidad de reforma del sistema de justicia penal y del sistema penitenciario, como consecuencia de la nueva reforma del Código penal español. Y una de las palabras más escuchadas ha sido “resocialización”. Como sabéis, se trata de que una vez que una persona pasa por prisión, la pena que ha cumplido tiene que estar destinada a que esta persona pueda convivir en sociedad.

Vamos a recordar a Piper. Chica de clase media-alta con la vida solucionada. Culpable de un solo delito que cometió hace diez años. ¿Es realmente necesario enviarla a prisión? “Pues sí, si la ha hecho, que la pague”, pensarás probablemente (y con toda la razón porque si no, no habría serie). 

En mi opinión, Piper nunca debería haber entrado en prisión. ¿Por qué? Piper tiene trabajo, familia, y una posición social muy aceptable. Tiene una estabilidad laboral, ingresos mensuales y se relaciona socialmente con otras personas. Si en nuestro sistema las penas de prisión deben tender a la resocialización, ¿no es contraproducente enviar a prisión una persona con estas características?

En el primer capítulo de la serie, Piper ingresa en una prisión federal para mujeres de Litchfield, en Nueva York para cumplir un año de prisión. Piper tiene que llevar una relación a distancia con su novio, Larry (Jason Biggs), además de tener que dejar su trabajo y romper las relaciones con su padre, quien no acepta que su hija sea una delincuente. Además, como broma del destino, allí se reencuentra con su anterior pareja, Alex Vause (Laura Prepon), la narcotraficante y causa de su penitencia. Pero la realidad es: Piper Chapman no necesita resocialización. Ya está re-socializada. “Bueno, si la ha hecho, que la pague”.

Otra realidad es que en España, Piper probablemente no habría entrado en la cárcel. Esto es porque nuestro sistema considera perjudicial los efectos de la prisión sobre la persona y, pese al delito cometido, considera que es mejor que el delincuente (siempre que sea la primera vez que delinque y la pena no sea superior a dos años, entre otras circunstancias) no rompa con sus lazos familiares, laborales y sociales. ¿Por qué? Pues muy sencillo. La prisión para personas como Piper tiene efectos muy negativos sobre ellas: produce una inadaptación social, una ruptura con todo lo anterior y por la brevedad de la pena, no hay posibilidad de tratar a estas personas. Por ello, en Europa se prefiere no enviar a alguien a prisión si no es realmente necesario. 

Ahora bien, el sistema estadounidense atiende a la necesidad de castigar a las personas, como podéis ver, por “insignificante” que sea la pena (un año, el caso de Piper). Esto se ampara en que, castigando todo aquél que comete un delito, se contribuye a que la población en general no delinca, porque la prisión es una amenaza a través de la cual, se evita el delito. Te dejo a ti que te plantees si pese a todos los castigos y penas que se imponen (en Estados Unidos o en España), se dejan de cometer delitos.


Danielle Brooks como Taystee 
Litchfield es una prisión en la que conviven internas de todas las etnias, se hace una división para convivencia entre las negras, las latinas y las blancas; y que han cometido toda clase de delitos, desde homicidios, pasando por tráfico de drogas y robos, hasta delincuencia organizada. Estos delitos se atribuyen a los personajes secundarios de la serie, el verdadero corazón de Orange is the New Black. 

Cada capítulo nos adentra en el funcionamiento normal de una prisión estadounidense y no obvia tratar problemas como el tráfico de drogas por parte de los funcionarios y de las propias internas, los problemas de adicción de las reclusas por el consumo de drogas en la propia prisión, los cacheos y registros con desnudo integral, las decisiones arbitrarias de los funcionarios de prisiones o el tratamiento que reciben las internas con problemas mentales. La serie trata también otros problemas como la transexualidad en las prisiones, enfermos terminales que viven en ellas, el sexo en las prisiones, los choques culturales y algo que está a la orden del día: la privatización de las prisiones.

Como ya he dicho anteriormente, los personajes secundarios hacen que esta serie sea lo que es. Cada una de las internas y funcionarios tienen sus propias historias, que se van descubriendo capítulo a capítulo, pero no se trata de que cada uno de éstos esté centrado en un personaje, sino que se aprovecha el contexto para descubrirnos un poco más a cada uno de ellos.

Tasha “Taystee” Jefferson (Danielle Brooks) es un personaje que amarás, créeme. Taystee es una chica huérfana, que es adoptada por Yvonne (Lorraine Toussaint), una mujer que se dedica a negocios bastante turbios, para quien termina siendo contable, pese a sus intentos de no entrar en el mundo criminal. Taystee es el personaje que hace plantearte por qué las personas cometen delitos. La postura es una de dos: la persona es libre de hacer lo que quiera, entre ello, cometer delitos, por lo que tiene que pagar; o, en muchos casos las personas se ven abocadas a delinquir por falta de oportunidades, desarraigo social y aprendizaje criminal por parte de los familiares. En realidad, no hay una postura tajante: las personas cometen delitos sin estar en la situación de Taystee (delitos de corrupción, por ejemplo) pero la verdad es que la gran mayoría de los delitos por los que los reos cumplen condena son delitos contra el patrimonio (robos y hurtos) y tráfico de drogas. Este tipo de delitos son consecuencia de una deprivación social y de no optar a las mismas oportunidades que el resto de la sociedad, lo que aboca a algunas personas a delinquir.

Samira Willey como Poussey 

Pouseey Washington (Samira Willey) es la hija de un militar estadounidense que presta servicio en Alemania. En este país comienza una relación con la hija de un comandante alemán, quien descubre la relación y no acepta que su hija sea homosexual, por lo que intenta (y consigue) que destinen al padre de Pouseey de vuelta a Estados Unidos, donde Pouseey se inicia en el consumo de marihuana, lo que da lugar al tráfico de dicha sustancia para poderse proveer las dosis. Pouseey refleja otra realidad de los internos en centros penitenciarios, porque dentro de los penados por tráfico de drogas, muchos de ellos delinquen porque el tráfico es la única forma de conseguir dinero para seguir consumiendo, lo que da lugar a una espiral de consumo y delincuencia de la que es muy difícil salir si no se tienen los medios necesarios.

Suzanne “Crazy Eyes” Warren (Uzo Aduba) es de los mejores personajes secundarios. Crazy Eyes es una chica huérfana, cuyos padres adoptivos intentaron que tuviera en mismo desarrollo social que los otros niños. Sin embargo, la perseverancia de su madre adoptiva (una versión light de Norma Bates) en que fuera “normal” dejó cicatrices emocionales y mentales en Suzanne. No se sabe muy bien el delito que cometió, pero salta a la vista que tiene algún problema mental (me atrevo a decir asperger) y según Healy, un funcionario de prisiones, tiene un historial de violencia y causaba problemas con las otras internas. Lo más llamativo del caso de Crazy Eyes es que, hasta el momento, no parece que Suzanne haya recibido ningún tipo de tratamiento, ni siquiera una evaluación psiquiátrica para constatar que tiene algún problema mental. Quiero decir, si nos marcamos como objetivo la resocialización de las internas, no tratarlas si tienen este tipo de problemas, se traduce en desconocer de la resocialización. En otras palabras, cuando un pirómano, cleptómano, agresor sexual, maltratador, entre otros, ingresa en prisión, se le ha de someter a un tratamiento para mejorar sus condiciones y que esta persona pueda en un futuro convivir en sociedad sin cometer delitos. Esto es algo que no se da con Suzanne, simplemente porque nadie lo intenta.

Nicole “Nicky” Nichols (Natasha Lyonne) procede de una familia acomodada cuyos padres se desentienden de ella, hasta tal punto que es criada por la niñera, mientras que su madre se limita a proveerle dinero. Es ese estilo de crianza, poco afectivo y despreocupado es lo que hace que Nicky busque afecto en otra parte, comenzando a frecuentar malas compañías e iniciándose en el consumo de heroína. Sus problemas realmente comienzan cuando su familia sospecha en qué invierte el dinero, por lo que se niegan a proveerle más y Nicky decide iniciarse en el tráfico para poder quitarse el mono.

Sophia Burset (Larvene Cox) es una mujer transexual que desfalca dinero para poder costearse la operación de reasignación de sexo. Dentro de Litchfield, Sophia es peluquera y esteticista y su historia muestra las dificultades de las mujeres transexuales dentro de las prisiones. En nuestro país, no existen estadísticas acerca de cuántas personas transexuales cumplen condena y, en algunos casos, cumplen condena en prisiones de hombres pese a que son mujeres y se sienten así. En España, las personas transexuales, para poder ser asignadas con las de su mismo género, es necesario que cuenten con una evaluación psicológica que determine que tienen disforia de género. Y para recibir tratamiento hormonal, es necesario visitas al endocrino, lo que precisa un permiso penitenciario extraordinario y según sus testimonios, muchas veces los funcionarios ponen excusas para no llevarlas.

Dayanara “Daya” Díaz (Dascha Polanco) tiene una historia similar a la de Nicky y Taystee. Su madre es otra interna (Aleida Díaz, interpretada por Elizabeth Rodríguez) quien no prestó atención a su hija durante su infancia. Más preocupada por sus nuevos novios y por salir con éstos, deja a Daya a cargo de sus otros hermanos, lo que provoca su absentismo escolar y que sus notas comiencen a empeorar. Daya pone de manifiesto las pocas oportunidades de las mujeres latinas dentro de los barrios deprivados de Nueva York, relegadas a trabajos de poca remuneración y la discriminación que sufren por proceder de otro país.

Existen otros personajes secundarios de igual relevancia en la serie que los anteriores, pero he preferido destacar estos debido a la importancia que tienen para el objetivo de esta crónica. 

Con todo lo anterior (no sé si lo he conseguido o no) pretendía acercaros a una serie que trata problemas acerca de las prisiones y el tratamiento a los presos de hoy en día. Mi objetivo es que, si os animáis a ver la serie, que yo os lo recomiendo, aunque no queráis reflexionar sobre todo esto, simplemente por el tono de humor y drama en que está escrita, por los geniales personajes secundarios, la actuación de Uzo Aduba y Taylor Schilling o, solo pasar un buen rato; penséis si es necesaria una reforma del sistema penitenciario, un incremento de la duración de las penas de prisión o si el delito se podría combatir con otro tipo de medidas (como la educación en valores de igualdad, evitar la marginación social de determinados colectivos y proveer las mismas oportunidades a todas las personas). 

Y como conclusión (que esto se está alargando demasiado), la serie pone de manifiesto la realidad criminógena de la sociedad occidental: la gran mayoría de delitos se cometen porque hay unas circunstancias que llevan a ello. Y la gran mayoría de esos delitos se refieren a tráfico de drogas, robos, hurtos y estafas (si queréis ver estadísticas, podéis pinchar aquí. Considero que, obviamente, si una persona comete un delito, ha de pagar por ello. Pero no nos podemos quedar en eso y nada más, sino hay que ver qué hay detrás de un delito, qué lleva a una persona a cometerlo y, una vez constatado esto, actuar para que el delito no se dé, o por lo menos, no en la misma frecuencia. A veces, lo mejor es echar mano de sabiduría popular: “más vale prevenir que curar”.

Uno de los aspectos que mejor proyecta la serie, en mi opinión, es que permite al espectador zafarse de los prejuicios acerca del delito que ha cometido una interna o la otra, que no existen buenas ni malas personas, sino personas que toman decisiones equivocadas (y, a veces, una y otra y otra vez) y que al final del día, son eso, personas. 

Lo mejor de la serie: los personajes secundarios, la crítica al sistema penitenciario estadounidense y Uzo Aduba.

Lo peor: Larry y los dramas emocionales de Alex y Piper.

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